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jueves, 15 de marzo de 2018

El Primer Día en Teherán

Era de madrugada, me encontraba en el aeropuerto internacional de Teherán. Todo el nerviosismo que había experimentado horas antes había desaparecido y fui inmediatamente a comprar el seguro médico obligatorio. Frente a mi había un hombre de nacionalidad desconocida para mí que deseaba pagar con tarjeta porque no traía nada de efectivo. No era mi problema y aún así me heló la sangre el saber el problema en el que se había metido, aunque él aún no lo supiera. Decidí no decirle nada, ya se daría cuenta en unos minutos que los extranjeros sólo podemos sobrevivir con efectivo, nada de tarjetas. Pasé con la chica a pedir mi seguro, el cual estuvo listo en 5 minutos y me fui a por la visa. Por cierto, aún hoy en día me pregunto que fue de ese señor que sólo traía su tarjeta de crédito.

30 minutos después ya tenía todo en mano y pude recostarme en los asientos a esperar el día. Ya no podía entrar a facebook o couchsurfing, pero me alegré de que instagram siguiera funcionando. Traté de dormir pero me fue imposible. 

Aproximadamente a las 5 de la mañana decidí pasar el control migratorio, oficialmente estaba en Irán. Tuve que preguntar a varias personas sobre el transporte público para llegar a la ciudad, pero todas me decían que tomara un taxi. No desistí hasta que alguien finalmente me dijo como llegar al metro.

El vagón estaba vacío, había sólo otra persona y yo, el viaje hasta la ciudad era de dos horas y considerando lo poco que había descansado no pasó mucho tiempo antes de que me quedase profundamente dormida. Desperté una hora y media después en el medio de un vagón completamente lleno de hombres, y me refiero a lleno al tope, no había ni un centímetro libre. Me pregunté seriamente como bajaría. Media hora después lo descubrí al tener que dar empujones y escabullirme por cada milímetro libre que veía, apenas pude salir antes de que cerrara la puerta... bienvenida a la hora pico en Irán.

Caminé algo temerosa por la estación, era hora de la verdad. Subí las escaleras hacía la calle y fui recibida por una avenida llena de carros que no dudaban en hacer sonar el claxon a cada instante, una calle llena de personas caminado apresuradamente, jamás había visto a tantas mujeres con velo, en la orilla de la calle peatonal se encontraban innumerables vendedores que ofrecían todo tipo de cosas aunque más que nada comida, el aire se sentía pesado y la contaminación era visible. Mi mente sólo atinó a pensar "¿A donde me vine a meter?" Caminé con paso firme y seguro hasta el hostal donde me quedaría, aún era muy temprano para que me dieran la cama pero sólo me interesaba dejar mi mochila para salir a la aventura. Sin embargo me informaron de algo que me causó conflicto, en el área común y para ir al baño tendría que usar el velo y estar completamente vestida, pues aunque estuviera dentro de una propiedad era considerado espacio público. 

Tenía bien claro que lo primero que quería ver era el Palacio Golestan, el cual estaba a escasos 45 minutos caminando del hostal. No podía dejar de ver todo a mi alrededor, lleno de cosas nuevas y muchas más comunes a todos los países en los que he estado. Mi primero choque cultural vino realmente cuando tuve que cruzar una calle grande donde no había semáforos. En Irán simplemente ves donde hay un hueco y te cruzas, los conductores bajaran un poco la velocidad o más o menos tratarán de rodearte, pero la primera vez (y la segunda, la tercera y la cuarta) da más miedo que cruzar una calle en Hanoi. 


Finalmente llegué al Palacio, el coste de la entrada dependía de lo que quisiera ver. El señor de la entrada me dijo que la entrada general y los Main Halls eran los más populares. Los demás lugares eran galerías cuyas temáticas no llamaron mi atención. El jardín no era espectacular, era bello pero no me sacó un suspiro. Fue hasta que entré a los salones que quedé maravillada. Todo era tan brillante, todo era tan lujoso, no podía creer lo que veía. Las fotografías no le hacen ninguna justicia a lo que mis ojos vieron. Me habré quedado dentro una hora sólo viendo cada detalle y adorno, no tenía idea de que encontraría algo así ahí.









Salí satisfecha por lo que había visto y ahora me dirigiría al Gran Bazar a 5 minutos caminando del Palacio. No soy muy adepta a ir a mercados puesto que no me gustan las aglomeraciones de gente ni el que estén tratando de venderme cosas que no necesito, pero igual era algo que me daba curiosidad ver. El lugar era enorme y podías encontrar de todo, literalmente de todo, menos alcohol... aunque tal vez conociendo a las personas indicadas... en fin, era tan grande que caminé por una hora por los interminables pasillos y después me tomó otra hora encontrar la salida. Cabe mencionar que al final casi me da un ataque de ansiedad pero sobreviví. 


Las famosas alfombras

Como el día aún era joven decidí tomar el metro hasta un templo a las afueras de la ciudad llamado Imam Khomeini Shrine. Esta vez había muchas menos personas y me di cuenta que había un vagón sólo para mujeres. Lo agradecí infinitamente, pues me siento más cómoda cuando va muy lleno.  llevó una hora llegar hasta allá pero valió la pena. El recinto era gigantesco, me tomó 45 minutos tan sólo darle la vuelta. Intenté entrar pero una gran parte estaba en construcción y en otra no sabía si como mujer se me permitía ya que sólo vi hombres. Preferí conformarme con la vista por fuera.




Llegando al hostal me di cuenta que no había comido en todo el día, le pregunté a la chica que trabajaba ahí si me podría recomendar un lugar y básicamente me dijo que no. Con el wifi del hostal ni google maps ni chrome me servían, así que no podía hacer ninguna búsqueda. 

Salí por mi cuenta a buscar algo pero al verme de nuevo en la calle me dio un sentimiento de profunda tristeza y regresé al hostal a llorar por al menos dos horas. Había sido demasiado para mí y estaba en un momento de transición de una cultura a otra que nunca me resultaba sencillo. Odiaba el ruido, la cantidad de personas, el no entender nada, ni siquiera las letras, el que todo fuera dificil, incluso cruzar una calle, y ese maldito velo que a cada momento se resbalaba a mis hombros. Me quedé dormida pensando en que había odiado Irán y que había sido un error el haber ido.

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